El Panteón del Carmen: arte mortuorio e historia

En 1901 se inauguró este cementerio, en el cual se encuentran verdaderas obras de arte.

En el último año del siglo XIX, un grupo de empresarios regiomontanos tuvieron la intención de crear un panteón privado ante la creciente necesidad de un cementerio más para la ciudad, ya que la Sultana del Norte comenzaba un crecimiento notable.

Así, en 1899, en pleno Porfiriato, el empresario Amado Fernández Muguerza solicitó al entonces goberndor de Nuevo León, Gral. Bernardo Reyes, la autorización para la creación de un cementerio privado el cual iba dirigido a personas de la alta clase social.

bernardo reyes

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El gobernador aceptó y se brindó la autorización con la condición de que los empresarios a cargo del proyecto invirtieran 20 mil pesos en la obra y el diseño del mismo debería ser sometido al visto bueno del Gobierno, para garantizar que contara con las mejores condiciones de salubridad y estética.

Así, se adquirió un terreno utilizado como huerta ubicado en la calle Bravo, Washington y Aramberri, justo a escasos metros de donde se encontraba el Panteón Municipal de Monterrey, el cual fue clausurado años después para dar paso al complejo educativo de la Avenida Venustiano Carranza.

Para ello se constituyó la sociedad encargada del nuevo cementerio, de la cual formaron parte varios de los empresarios más notable de la época.

Para darle el mayor realce al proyecto, se contrataron los servicios del afamado arquitecto Alfred Giles para el diseño del cementerio, incluyendo la fachada y varias obras al interior.

Alfred Giles
Alfred Giles y su esposa

Finalmente fue inaugurado el 17 de abril de 1901.

Obviamente las familias de alto estatus social se aprestaron a comprar terrenos en este cementerio y pronto comenzó a erigirse como un espacio lleno de arte mortuorio.

Mausoleos, esculturas y demás obras permanecen en este sitio. Mármol italiano, mármol negro del Topo Chico, granito, cantera rosa, vidrio, acero y otros materiales sirvieron para que artistas de varios países dieran forma a emotivos homenajes a aquellas personas que pasaron a mejor vida.

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Basta con adentrarse apenas unos metros para apreciar la belleza de las piezas que ahí se encuentran.

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Destacan la escultura del «Niño del Violín», la doliente en la tumba de Samuel Cantú, la de la señora Victoriana Cantú y su nieta, entre otras.

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También destaca la belleza de capillas y mausoleos, en los que se pueden ver estilos góticos, clásicos y neoclásicos.

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Aunque a muchos parezca un poco tétrico o una falta de respeto, hay que abrir la mente y los ojos para apreciar que en nuestros cementerios hay verdaderas obras de arte que merecen ser reconocidas, ya que forman parte importante de nuestro pasado y presente.